29 junio, 2011

22 junio, 2011

¿Qué esperas de tu vida?

14 junio, 2011

Constitución del Ayuntamiento de Casalarreina, 11-4-2011


El pasado sábado, 11 de junio se constituyó el Ayuntamiento de Casalarreina para la legislatura 2011-2015. Tomamos posesión los Concejales y yo lo hice como Alcalde. Todo un orgullo. Si os apetece verlo, el vídeo, de calidad mejorable, dura sólo 12 minutos. La verdad es que en las palabras finales me emocioné un poco, pero no es para menos.

10 junio, 2011

Entrevista en el diario "El Correo"







































El enlace a la entrevista de EL CORREO

08 junio, 2011

Jorge Semprún, in memoriam

Ha fallecido Jorge Semprún. Nos ha dejado una gran persona y parte de nuestra memoria del siglo XX.

Hace unos meses colgué un post sobre los 65 años de la liberación del campo de concentración de Buchenwald, que revelaba buena parte de la vida sufrida por Jorge Semprun.

Hoy con la muerte de este gran personaje de la Historia de España y europea perdemos mucho más que un ser humano, perdemos parte de nuestra frágil memoria. Espero que su paso por este mundo no haya sido en balde. Hasta siempre, Jorge Semprún.

07 junio, 2011

El agua de junio en La Florida

Hoy ha caído bien de agua en La Florida, y así lucía esta mañana la plaza de Casalarreina

06 junio, 2011

Enrique Meneses sobre Mladic, Sarajevo y Srebrenica

Cuelgo y copio íntegramente el post de Enrique Meneses, sobre Ratko Mladic y la antigua Yugoslavia, por su interés, calidad y, porque no decirlo, por devoción personal además de admiración. Espero os guste.
"El croata Josep Broz Tito, logró reunir dentro de Yugoslavia,  una serie de pueblos que pertenecieron en su día al  Imperio Austro-húngaro y que eran todos fieros nacionalistas. Algunos territorios eran musulmanes de origen turco mientras otros se consideraban los verdaderos eslavos del Sur que es lo que significa Yugoslavia. La muerte del dictador comunista, independiente de la URSS y fundador con Nasser y Sukarno,  del Movimiento de los No-alineados, provocó la ruptura de siete territorios con historias diferentes y lenguas propias, aunque el serbio-croata es la lingua franca de la mayoría de ellos.
En el verano de 1993, me quedé solo, la familia andaba desperdigada por varios países. Yo, por mi enfisema, no sentía el menor interés por ese tipo de viajes. Además, yo acudo a un país por sus acontecimientos, no por hacer turismo que dejo para los coleccionistas de monumentos. Tan pronto me quedé solo en Madrid el reporterismo me agarró la garganta,  no pude más y marché para Sarajevo. Llevaba una vaga acreditación de Tiempo que Pepe Oneto me había dado, sin exceso de interés por el tema, advirtiendo que solo publicaría mi trabajo si era satisfactorio. Acabé vendiéndoselo a “Diario 16“.
La ruta para entrar en Sarajevo era Madrid-Roma-Split (Croacia) y vuelo militar a la capital de Bosnia-Herzegovina. Los aviones del último trayecto eran transportes militares donde quedábamos a merced del mando para tener una plaza en un aparato, generalmente francés. Me preparé con los elementos exigidos por UNPROFOR, las “Fuerza de Protección de la ONU”, encargadas de la protección de las poblaciones serbo-bosnias, frente a los contendientes, principalmente, croatas y serbios.
Era obligatorio llevar casco homologado y chaleco anti-balas. El primero, era americano y lo alquilé mediante depósito de una fianza, a un austriaco que tenía un negocio de mercado negro.  Nunca devolví el casco que guardé como recuerdo. El chaleco era del Ejército español que tenía una base de operaciones en Split. “No son plenamente eficaces, los de nuestro ejército, solo resisten algo la metralla pero no una bala directa. Se necesitan carísimas placas de cerámica de las que utiliza la NASA en la punta de sus cohetes”.
El oficial británico que examinó mis credenciales,  quiso hablar con el director de “Tiempo“. Le dije que a las 9 de la mañana solo contestaría el teléfono de la redacción alguna mujer de la limpieza y seguro que no hablaba inglés ni me conocía. Al ver que estaba dispuesto a impedirme el viaje. saqué de mi cartera una acreditación de la UNEF (Fuerzas de Emergencia de la ONU) que se había creado en Noviembre de 1956, en la guerra del Canal de Suez. King Gordon, jefe del Servicio de Prensa, se dió cuenta de que las tarjetas no tenían fecha de caducidad y pidió a su secretaria, Penélope Zaliki,  una chipriota amiga mía, que recogiese todas las tarjetas distribuidas y entregase la nueva a la prensa. Me negué a cambiar la mía. “Lolopi” me suplicó que se la diese pero la convencí para que dijese que la había extraviado. Así fue como durante unos años aproveché vuelos gratuitos de los aviones de la ONU en sus diversas operaciones. Aún la conservo y sigue valiendo aunque figure en ella el desaparecido diario “Informaciones“.
Mientras esperaba embarcar en el bar del aeropuerto de Split, una mujer se acercó a mí. “¿Es usted periodista?” Respondí afirmativamente y en inglés me suplicó que llevase latas de leche en polvo y otros alimentos a su hermana reciente mamá de una niña en Sarajevo donde estaba atrapada. El aduanero de la ONU, un suizo de buenos modales, me dijo que yo no podía llevar nada a nadie cualquiera que fuese la finalidad. “Varios falsos periodistas han sido interceptados dedicados al mercado negro. Diga a la señora que nosotros nos encargamos de entregar lo suyo a su hermana”. Me acerqué donde estaba angustiada la mujer que había presenciado mi discusión desde el lugar reservado para el público. “No está confiscado su envío, lo entregan ellos directamente”. Me dio un  beso a la vez que me agarraba la mano. Temblaba cuando la dije que el aduanero era suizo y no croata.
En el vuelo coincidimos Enric Martí, Veronique Pasquier, periodista suiza de la Tribune de Genéve y yo. El resto era carga de ayuda como un enorme palet recubierto de papel de El Corte Inglés. Al llegar a Sarajevo el avión maniobró para que el pontón que se habría por detrás, quedase fuera del alcance de los serbios instalados en las inmediaciones de la pista. “¡Corran hacia el edificio!” nos gritó con fuerza el Comandante en medio del ruido de sus motores. Mientras me agoniaba con mis bolsas de cámaras y mi equipaje, pude leer en la fachada del aeropuerto: “¡Welcome to Hell!” (Bienvenidos al Infierno). Algún colega gracioso escribió en España, sin haber pisado Bosnia, que aquel grafiti se había redactado para recibir un club de fútbol rival. Detrás de sacos de tierra, los cascos azules franceses apenas asomaban sus rostros.
Llegar al hotel Holiday Inn, exigió una larga espera. No queríamos tomar el BMR blindado francés que nos permitía cruzar zona disputada por los dos bandos porque Enric tenía un colega que se suponía había quedado en recogerlo. Finalmente aceptamos otro BMR que nos llevó a su Cuartel General. Allí nos enteramos de que el amigo estaba en el quirófano del hospital de UNPROFOR. Un fuego cruzado le había herido y se salvó deslizándose del vehículo sin ser visto. Unos musulmanes se arriesgaron y le arrastraron hasta sus líneas. El vehículo se quedó en manos de los serbios y nunca más se supo. Al herido lo estaban operando de la pierna cuando llegamos.
En el Holiday Inn, solo pudieron darme una habitación del sexto piso. No había electricidad en la ciudad y. por consiguiente, ascensores ni mozos que te ayudasen. Subí lentamente, deteniéndome numerosas veces al cruzarme con un colega americano que practicaba jogging dentro del edificio ya que los serbios estaban a pocos metros del hotel y había franco-tiradores en la calle. Dejé pasar a uno de esos deportistas americanos unas veinte veces aplastándome contra la pared y arrastrando mi equipaje. Estaba visto que tendría que dejar en Recepción cuanto pudiese necesitar durante el día y solo regresar a la habitación por la noche. El hotel me costaba 100 dólares diarios y doscientos el vehículo acribillado de un estudiante y un intérprete que pagábamos a medias Veronique, la colega suiza y yo.
Cruzar cada mañana la “Avenida de los Francotiradores” (Bujlevar Mese Selimovica) era un riesgo seguro pero era necesario para ir a trabajar al centro de la ciudad. Mis colegas Gervasio Sánchez y Alfonso Armada cruzaban esa ancha avenida corriendo velozmente. Yo me tenía que conformar con andar porque mis pulmones no me permitían más. “Enrique, acabarán dándote”, me decían. “Todo pueblo tiene un tonto. Viéndome caminar normalmente, los chetnicks deben pensar que soy El Tonto de Sarajevo y no tiene ningún mérito abatir un deficiente mental “.
La ciudad estaba sitiada desde hacía un año y aún le quedaban tres más antes de que acabase la guerra gracias a la intervención de la OTAN. Por todas partes se apreciaban vehículos destrozados, autobuses quemados, colocados de forma que cortasen calles que eran enfiladas desde los vecinos montes Igman  que albergaban francotiradores. Esos vehículos impedían ver los transeúntes y dispararles. Las flores de los parques habían sido sustituidas por coles y tomates, la horticultura del hambre, lo mismo que las macetas de los balcones. El té se calentaba al sol. Un perro daba vueltas intentando morderse el rabo.”Ha enloquecido con el ruido de los disparos”, me dijo un veterinario.
En el Hospital  Kosovo, se operaba  con casco de minero y los quirófanos habían sido trasladados a la zona de oficinas porque los serbios estaban a tiro de los ventanales de la sala de operaciones. El Vodka era el único anestésico disponible. “Nacen más niños que lo normal debido a que la falta de electricidad impide ver la televisión o leer”. En una calle me tropiezo con un hombre mayor sentado al sol delante de la puerta de su casa y fabricando bolas de papel con hojas arrancadas de la caduca Constitución Yugoslava de Tito. Delante de él, la jofaina llena de agua donde las moja y deja luego secar al sol. “Es un tipo de carburante que vendo barato. Además, no tenemos otro”.
Cerca del mercado encuentro un panel con mensajes. Es la única forma de comunicar con los demás. Se compra y vende, se pregunta por un familiar del que no hay noticias, se citan los novios,  uno vende su coche, televisor y tocadiscos por una cantidad ridícula, pagadera en marcos alemanes. Cuando voy a fotografiar una cola de mujeres con cántaros haciendo cola ante una improvisada fuente que mana agua potable me piden airadamente que no lo haga porque los serbios leen la prensa extranjera y como nativos que son, reconocen los lugares y afinan sus morteros. En ciertas esquinas aparecen carteles: “Pazi – Snajper!” (cuidado con los francotiradoresy la gente cruza la calle corriendo.
Fotografío un soldado que regresa en bici a su casa. Su hijo, que lo esperaba en la calle, se ha encaramado en la bicicleta y bajan la cuesta sin dificultad y riendo.. Saco unas fotos. Detrás, en segundo plano,  unos sacos terreros señalan una improvisada comisaría. El centinela da la alarma y me secuestran la película. Prometen llevarla al Holiday Inn cuando la hayan revelado. Es color así es que doy por perdido el rollo. Por la puerta de proveedores del hotel hay cola para la distribución de agua de la UNRWA (Ayuda a los refugiados). Un hombre me ofrece un conejo para cruzarlo si tengo una posible novia. La gente desborda imaginación gracias a lo cual resistió cuatro años.
Agachados dentro del coche de nuestro guía, cruzamos una barrera de disparos dirigidos a nuestro vehículo que circula a toda velocidad con el conductor agachado al igual que yo que estoy a su lado. Cuando estamos alcanzando el ruinoso edificio del diario Oslobodenje, un hombre, desde la terraza, nos dirije con gesto de la mano para que pasemos a su acera por un improvisado camino. Las plantas que antaño fueron redacción y oficinas del diario, están vacías. Los serbios ocupan el parking del edificio. Intento fotografiarles discretamente pero me lo impiden mis colegas bosnios.Estos trabajan y viven como topos. Escatiman el papel para que dure lo más posible. Me ofrecen té en la terraza mientras algunos de ellos, Neozad Imanovic, Slavo Santic, Milan Stozakovic se empeñan en una partida de cartas y Sefic Dautnegovic, nos sirve un té.. Veronique les regala un cartón de tabaco. Yo no me desprendo del mío. Uno de los periodistas tiene que llevar los ejemplares impresos al centro de la ciudad jugándose la vida. Lo hacen por sorteo.
El asedio de Sarajevo por parte de los serbo-bosnios apoyados por Belgrado, costaron la vida a 10.000 ciudadanos entre los que se encontraban 1.500 niños. Pero la mayor ignominia fue la de Srebrenica donde Mladic en persona organizó el  asesinato de 8.100 hombres, engañosamente separados de mujeres y niños, delante de los impasibles 450 cascos azules holandeses al mando de Thomas Karremans, en Potocari. El hombre que cometió aquellas atrocidades y que estaba al mando de los 80.000 hombres del ejército VRS de la república Skrpska, presidida por Radovan Karatzic. Los dos hombres están en manos del Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPiY).
A veces, en medio de una guerra, surge el elemento anacrónico inesperado. Fue un sábado a la hora de la cena. El comedor del Holyday Inn ofrecía la cena a la luz de las velas. El gran ventanal de cristal estaba recubierto por un cortinaje negro para proteger a los clientes de los disparos serbios que estaban a menos de un centenar de metros. De espaldas al cortinon negro, Susan Sontag daba un beso a su hijo periodista, David Rieff. En Sarajevo, ella se esforzaba por montar la obra teatral “Esperando a Godot“, de Samuel Beckett, obra que representa una espera de algo que se prolonga durante toda la representación. Simboliza la espera y fue elegida porque el pueblo de Sarajevo esperaba la intervención internacional para romper el cerco. Se representó con actores bosnios y con el escenario iluminado con velas.
En  mitad del griterío que originaban los periodistas americanos con sus botellas de whisky a cien dólares cada una, aparecío un hombre vestido de frac y se dirigió al piano de cola situado a pocos metros de nuestra mesa redonda. Y empezó a tocar valses vieneses y czardas húngaras como si el Imperio Austro-húngaro estuviese aún en pie. La escena nos pareció a Alfonso, Gervasio y a mi como algo fellinesco, una fantasía onírica que despreciaba el ruido de los obuses serbios cayendo sobre la ciudad. Una escena imborrable.
Me alegro de que dos criminales de guerra como Radic y Mladi, se sienten ante la Justicia Penal Internacional acusados de crímenes contra la Humanidad. Solo en las calles de Sarajevo, en cuatro año, 1030 personas fueron heridas y asesinaron a 225 de los que 60 eran niños. Los Estados Unidos deberían, convencidos por el Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, a la cabeza, adherir su país a este Tribunal donde se defiende la Justicia Universal. Amen.
Susan Sontag redactó un mensaje en favor del pueblo de Sarajevo donde serbios cristianos ortodoxos, bosnios musulmanes y judíos sefardíes, han convivido durante siglos en paz. No se cuantos periodistas se adhirieron al manifiesto pero sé que yo lo firmé y fotografie. Quiero dejar sentado algunas discusiones con oficiales franceses de UNPROFOR que consideraban que los serbios tenían razón frente a unos “separatistas”. Afortunadamente, el tiempo y la OTAN me dieron la razón. Recomiendo el libro de Gervasio Sánchez (Sarajevo, 1992-2008), especialista en seguir lo que viene después de que las guerras terminen. Cada ángulo de la ciudad, durante la guerra, ha sido refotografiado después con las heridas curadas.