06 mayo, 2007

Aznar y el alcohol
















Aznar ha hecho unas declaraciones alucinantes en las cuales se ha referido al alcohol y al volante, al menos de una manera frívola, cuando no insultante.

Parece mentira que cuando muchas vidas se están perdiendo en la carretera, o bien cuando el alcohol sigue siendo un problema para muchos ciudadanos, una persona que ha tenido la responsabilidad de gobernar España haga estas declaraciones. Son impresentables. Quizá le retratan, pero no por ello tienen menos importancia. Qué pena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Félix:
Respecto a tu post de hoy, sobre "Aznar y el alcohol", no me pronuncio, aunque creo que no hay que sacar las cosas de su contexto.

El grupo Prisa está en campaña permanente contra Aznar; lo que no entiendo es que si ya no está en el gobierno, ¿por qué le temen tanto?

Y como todavía no he aprendido a remitir los mensajes a otra página, en un copio y pego, traslado un artículo que lo defiende, y de paso no deja en muy buen lugar al Gobierno.

Es decir, todo es según el color del cristal con que uno mira.

Yo, personalmente, ni entro ni salgo; solo dejo constancia de lo que veo.

"Campaña contra Aznar

Colombo desobedece a Tráfico
José Antonio Martínez Abarca

El anuncio de la Dirección General de Tráfico es en realidad una manifestación de melancolía frente a lo poco socialista de las potencias del cosmos: "no podemos conducir por ti". "Pero nos quedamos con unas ganas que para qué", parece seguirse El actor bisojo Peter Falk, el inolvidable Colombo, hace en uno de los muchos largometrajes en que participó como secundario una imitación del duro Humphrey Bogart y, en un momento dado, dice que habla tanto que a veces se olvida hasta de mear, y que tiene que ir al retrete. "¿Quieres que te acompañe?", le dice la rubia fatal de turno. "Gracias, encanto, pero hay cosas en la vida que un hombre debe de hacer por sí mismo", responde Colombo/Bogart. Hoy en El País lo hubiesen acusado de "irresponsable y antisocial". Por querer miccionar solo, sin intervención del Estado en un socorro no pedido.

La vicepresidenta de la Vega, la máquina expendedora de los insultos sistemáticamente mejor valorados por la demoscopia, hubiese asegurado que son unas declaraciones "que se descalifican por sí mismas", y estaría servida la campaña orquestada contra el hombre que pretendiera sacudirse la última gotita en solitario, ésa que siempre va a parar al pantalón.

Eso es exactamente lo que le ha pasado al ex presidente Aznar, a quien se le ha ocurrido rechazar la ayuda de papá administración a la hora de conducir su coche, porque cree que él, como cualquier ciudadano adulto, debe hacerse responsable de lo suyo. ¡Responsable de lo suyo! Ahí es nada. Precisamente la fuga imprevista de la adolescencia eterna fue uno de los principios abolidos por mayo del 68, y aunque ahora Sarkozy los quiera reinstaurar, todavía no han vuelto.

El Estado socialista no quiere intervenir sólo de la cuna a la tumba, de modo que nadie esté tentado de escapar del planeta multimedia de Polanco, sino que entre medias se iría con nosotros al retrete a asistirnos sin necesidad de que se lo hubiésemos pedido. Y desde luego conduciría nuestro automóvil por nosotros si fuese materialmente posible. El anuncio de la Dirección General de Tráfico es en realidad una manifestación de melancolía frente a lo poco socialista de las potencias del cosmos: "no podemos conducir por ti". "Pero nos quedamos con unas ganas que para qué", parece seguirse necesariamente. No anda muy lejos de eso la proposición de la candidata socialista francesa Royal de que las mujeres policía sean acompañadas por hombres policía a casa para que no sean violadas. Pero, ¿no son policías esas mujeres también? Vigilar al vigilante. Conducir al conductor. Se mueren por ponernos a todos un guardia.

El Estado socialista propiedad del Gobierno español ha oído por alguna parte que eso de tener su propio coche "te da mucha libertad", pero nunca puede ser una libertad que pretenda escapar de su benefactora tarea. No oculta el gran ojo que le gustaría que fuese, como todas, una libertad vigilada. Por supuesto, mucho más vigilada que la de De Juana. La Dirección General de Tráfico se enfrenta, impotente, al designio insolidario de los dioses: no puede meterse en cada automóvil. De momento. No podemos conducir por ti, Aznar. Pero con gusto te llevaríamos en el maletero de un Ford Falcon negro a alguna habitación donde no existiera el Estado de Derecho y sí las tertulias mañaneras de María Antonia Iglesias, durante horas veinticuatro. Quieren decir."

Sin más por el momento.
Un saludo y a por el cambio en La Rioja.

Anónimo dijo...

Hola Félix, ¿que tal la precampaña?

Aquí pego otro articulo sobre Aznar y el alcohol. Ya el título lo dice todo, es decir, en plan neutral. Lo bueno y también lo malo; lo mejor y lo peor. Me ha gustado por su ecuanimidad.

Recuerda que no todo es Grupo Prisa.

"NEOINQUISIDORES
El mejor y el peor Aznar
Por Juan Ramón Rallo

Las recientes críticas de Aznar a la ofensiva neoinquisidora que el Estado ha emprendido contra la libertad individual han desatado, como no podía ser de otro modo, la histeria del socialismo nacional. Si al odio que profesa contra el ex presidente le sumamos el aún más intenso que siente contra la libertad, ya nos extrañará menos –si es que nos ha extrañado algo– que la izquierda haya soltado semejantes espumarajos de rabia.

Con todo, no deja de ser lamentable que unas frases tan poco relevantes, por su sentido común, hayan desatado el escándalo. Si no estuviéramos encarcelados en los habitáculos del pensamientos único intervencionista más asfixiante, si el estatismo militante de izquierdas y derechas no hubiera convertido a los individuos en siervos complacidos, a buen seguro las declaraciones de Aznar no habrían merecido consideración alguna.

Entre otras cosas, porque la causa que las motivó –la restricción de la libertad individual por parte del Estado– nunca habría sido tolerada, bajo ningún supuesto. Pero la España de hoy, desarmada material, intelectual y moralmente, ha asumido su papel de infinito tragadero de los desmanes políticos y las ensoñaciones fascistoides.

Aznar se limitó a señalar que, mientras no cause daño alguno, nadie debe decirle cuánto vino puede beber o a qué velocidad puede conducir. Que incluso esta obviedad sea motivo de escándalo demuestra el cariz profundamente totalitario y antiliberal del estamento político y de sus mamporreros periodísticos.

Según una ingenua literatura filosófica y económica, el Estado nace como monopolio de la violencia para proteger a los individuos de cualquier agresión. Lo que se intenta combatir es el daño sobre las personas y la violación de sus derechos.

En realidad, dado que el Estado ha sido el mayor agresor que haya existido jamás, parece evidente que, con la excusa de proteger a los individuos de la violencia, pretendió institucionalizar ésta en beneficio propio. Lejos de ser el alguacil nocturno, como sabiamente diría el liberal norteamericano Albert Jay Nock, el Estado es el monopolizador del crimen.

Sin embargo, los que consciente o inconscientemente defiendan la letanía de que el Estado adquiere su justificación con la defensa de los individuos deberían mostrar un mínimo de pudor. Obviamente, si, como sostenía Aznar, nadie causa daño alguno, el Estado no tiene por qué meter su nariz y su porra en el asunto.

Pero, claro, la defensa de los derechos individuales no es suficiente para la izquierda. En realidad, no es que no le sea suficiente; es que aspira a cargárselos, a subordinarlos al bienestar general diseñado por los políticos, esto es, al bienestar general de los familiares y allegados de los políticos. No les importa que esta travesía suponga pisotear, finiquitar y triturar las libertades individuales; de hecho, para tal menester crearon el Estado.

Y en ello están: persecución del tabaco, el alcohol y los productos grasos, subordinación de la libertad de expresión a unos tribunales administrativos, obscenas campañas de adoctrinamiento, expropiación masiva de la propiedad privada, imposición de cuotas de producción al estilo franquista o prohibición de los centros privados de almacenamiento de cordones umbilicales.

Ahora bien, con ser verdad que las críticas de Aznar a quienes desearían conducir por completo nuestras vidas son del todo certeras, ello no debería hacernos olvidar un detalle bastante importante: Aznar fue presidente del Gobierno, y durante ocho años no tuvo ni la valentía ni la convicción para ejecutar las reformas que hoy defiende.

Por ejemplo, si Aznar piensa que nadie debe decirle a qué velocidad conducir, ¿por qué su Gobierno no permitió que las propietarias de las autopistas determinaran la velocidad máxima a la que podía circularse por ellas? Como propietarios privados de la vía, son los únicos legitimados para establecer las condiciones de acceso. ¿Por qué Aznar les siguió privando de esa potestad?

La competencia entre las distintas autopistas habría propiciado la segregación de los conductores en función de sus preferencias. Los que prefieren pisar el acelerador se habrían decantado por las autopistas sin límites de velocidad; los que anteponen la seguridad y la tranquilidad habrían optado por las que impusieran ciertas limitaciones. En cambio, Aznar mantuvo una regulación centralizada y uniforme para todos. Si no le gustan que conduzcan en su lugar, ¿por qué no hizo nada al respecto?

Algo similar ocurre con el alcohol. Si a Aznar le molesta que le prohíban beber vino, ¿por qué no retiró los impuestos sobre el alcohol? ¿Acaso los incrementos desorbitados de su precio no pretenden convertir su consumo en algo prohibitivo? No sólo eso, ¿por qué no presionó a las comunidades autónomas gobernadas por el PP para que eliminaran la restricción a la venta nocturna de alcohol? Parece que, a ciertas horas, Aznar sí ve bien que se prohíba el consumo de vino.

Esta divergencia entre las palabras y los hechos, entre las promesas liberales y la inercia conservadora, entre el discurso claro y la mojigatería centrista, ilustra lo mejor y de lo peor de Aznar. Un discurso que en ocasiones podía ser suscrito por cualquier liberal y una actuación generalmente deficitaria y alejada de los principios que decía defender.

Bernard Baruch nos aconsejaba que votáramos por el político que menos nos prometiera, porque sería el que menos nos decepcionaría. Yendo un poco más lejos, si no votamos por ninguno, nadie nos decepcionará. No confíe en los políticos; confíe sólo en usted mismo. Los que quieran arreglarle la vida muy probablemente sólo se la dificultarán, para medrar a su costa. Ellos tienen su propia agenda, y usted sólo figura como fuente de financiación. El resto son sólo estratagemas para someterle y que encima se muestre agradecido.

Obras son amores y no buenas razones, reza el refranero español; si bien casi cualquier buena razón es bienvenida frente a las represoras obras del Gobierno actual. Por mí, conduzca y beba cuanto quiera, Sr. Aznar, por mucho que usted no nos concediese esa oportunidad cuando pudo. Qué mal sienta pasar de señor a siervo."

Un saludo, ánimo, y a por el cambio en La Rioja.