30 noviembre, 2008
Foro Municipal Socialista de La Rioja
29 noviembre, 2008
La despensa estaba llena... Un notición para los Ayuntamientos
23 noviembre, 2008
Manolo Saco: sublime
Europa y USA: con Obama un poco más cerca.
Pero digámoslo todo: de poner orden, o desorden, en el mundo, se ocupan los americanos. Quizás las dos cosas tengan que ver. Dicho de otro modo, los europeos tienen más idiomas, más culturas, y Estados Unidos más armas. Los europeos, para ser en promedio ricos, no necesitan envilecer tanto los salarios como los americanos. Aquí hay más igualdad. Y, encima, hay más diversidad. Aquí no hay un solo idioma, o dos. Aquí hay un montón, aunque verdad es que todos acabamos hablando inglés, el latín moderno que todo el mundo más o menos conoce, excepto algunos políticos cercanos.
Yo soy europeo hasta el tuétano, entre otras cosas por razones derivadas de la diversidad de mis progenitores: ingleses, catalanes, valencianos, andaluces… Pero también por vocación propia y por formación. A los 17 años ya corría por París. A los 24, al día de casarme, me fui con Diana, mi esposa, alumna del Liceo Francés, a vivir seis meses en París. Volvimos acá, tuvimos dos hijas y al poco nos fuimos a pasar dos años en Nueva York.
Lo digo para poner en contexto mi experiencia americana. Cada uno tiene la suya, si la tiene… y todos la tenemos, aunque sólo sea por las películas que nos hemos tragado.
Mi experiencia particular es la siguiente: en Nueva York estudiábamos en la New School, fundada por los alemanes que habían huido del nazismo, muchos de ellos, posiblemente, judíos: Heilbronner, Hymer, etc. Marcuse y Shönberg, que, por cierto, vivió en Barcelona hasta la llegada de Franco, pasaban frío en Nueva York y se fueron a California…
Bromas aparte, nosotros pasamos mucho frío en invierno y bastante calor en verano, pero, en todo caso, después de unos inicios durillos, nos acabamos enamorando de la ciudad. Dicho sea en beneficio o perjuicio de la ecuanimidad de los comentarios que puedan leerme sobre América.
Habría que añadir que Norteamérica no tan solo Nueva York, sino que, en cierto sentido, Nueva York es la antítesis de EEUU y de América en general. Se trata de la única ciudad, o casi, con densidades europeas.
Mi tesis doctoral, sobre los precios del suelo, se basó en el contraste entre América y Europa en este sentido: Europa es densa en habitantes y estrecha en territorio, y América, proporcionalmente, todo lo contrario. Los europeos iban a América, del Norte y del Sur, en busca de metales preciosos, pero lo que encontraron, sobre todo, fue espacio.
“Going West” fue la consigna de los europeos que cruzaban el charco con la esperanza de encontrar espacio y metales preciosos. Chaplin se apiñaba junto a cientos de emigrantes británicos e irlandeses en el barco que le condujo a Nueva York, donde, en películas como The Kid (El Niño), pintaba vívidamente las aventuras y desventuras de esas gentes. América era, para ellos, Eldorado. Como para los españoles lo fue América Latina, donde, en efecto, los metales preciosos abundaban más que en el Norte. Quizás por ello, el Norte es hoy más rico. Porque había que trabajar, espabilarse, inventar y acertar para salir adelante. Los hispanos buscaban oro. Y encontraron resistencia y civilizaciones enormemente más complejas que las del norte. Los españoles, en parte, fueron seducidos por los indígenas, a quienes sin duda maltrataron y en ocasiones exterminaron. Pero aprendieron mil cosas de ellos. Y aprehendieron otras mil. La Malinche, dicen, se las arregló para traducir el idioma nativo a Cortés, pero Cortés se llevó a Europa el oro que enriqueció a España, primero, y que acababa después en manos de los piratas ingleses. Isabel I ennoblecía inmediatamente a esos piratas: Francis Drake llegó a ser Sir Francis gracias al oro que pirateó a los españoles en el Golfo de Vizcaya. Keynes –que ahora vuelve a estar de moda– lo explicó muy clarito en un artículo titulado The Spanish Booty. “Se es conquistador cuando no se puede ser pirata” era la frase de moda en la Inglaterra isabelina.
Con todos estos antecedentes, se entenderá que nos emocionara oír a los gobernantes españoles tratando de obtener una silla en el G-20, el grupo de los países más poderosos del mundo, no el G-7, que son los que tradicionalmente han mandado: ¡el G-20! Menos mal que Sarkozy nos ayudó. Aunque se comprende que esas cumbres en las que, en el descanso, cuando se habla informalmente (y por tanto en serio) entre líderes, de tú a tú, el que no sabe un mínimo de inglés lo pasa mal.
Volviendo al principio: Europa y América están condenadas a entenderse, si bien, en reuniones como mínimo a 6 o 7, con Rusia, China, Mercosur etc.
España hará bien en tratar de hacer humildemente los deberes, empezar por abajo, sin arrogancia, olvidando un pasado imperial que no encanta a nadie, trabando alianzas serias, sin paternalismo, con los países iberoamericanos, escuchándoles en vez de hacerles callar, aliándose con sus figuras más respetadas, con los sucesores de Allende, con los dirigentes de Uruguay, Brasil y Argentina, con el mundo cultural iberoamericano que tanto nos ha dado, de García Márquez a Vargas Llosa; rescatando y respetando la figura del Libertador venezolano, Simón Bolivar, que tiene una efigie caminante en Barcelona, junto al mar. Si no por otra cosa, por la amabilidad y el cariño con que estos países acogieron a nuestros exilados cuando el franquismo los alejó de España: cuando Jiménez de Asúa, los Trias, los Pi Sunyer, Anselmo Carretero y los federalistas leoneses, y miles de gallegos, cuando Bergamín y Soria, Bosch Gimpera y tantos otros, llegaron, esta vez no conquistadores ni vencedores, sino vencidos, a las costas americanas.
Parece que América y Europa, en la era de Obama, van a poder reencontrarse. Los 200.000 europeos que aclamaron a Obama en Berlín eran algo más que un presagio. Eran el inicio de un re encuentro en el que no podemos faltar.
22 noviembre, 2008
Casalarreina en otoño: una maravilla.
¿Por qué no os acercáis? Merece la pena.
18 noviembre, 2008
Más calumnias del PP y de Isasi, ahora con el IBI
16 noviembre, 2008
14 noviembre, 2008
El buen Político...
1. No hay que contraponer políticos de profesión y de vocación. Para ejercer bien este oficio se requieren profesionales con fibra política. Promuévanse estímulos para atraer y retener a los apasionados de la política y no a quienes se acercan a ella porque no han encontrado nada mejor.
2. Un buen político no debe ser fantástico ni fanático, sino tener talento político, una mezcla de espíritu de justicia y sentido estratégico. Alguien con unos cuantos principios y contención moral para no encandilarse con ilusiones cegadoras, pero que demuestra agudeza, sentido de la anticipación y adaptabilidad. La inteligencia política se templa bregando con las tensiones insuperables de la política (la "herida maquiaveliana" rememorada por Rafael del Águila) y sabiendo operar en un campo de recursos escasos y opciones limitadas.
3. El político necesita información solvente. La complejidad casa mal con la retórica simplista y empuja a asesorarse por expertos imparciales. No para suplir ni para confirmar las decisiones del político, sino para reconocer los riesgos y evitar caminos vedados por el conocimiento.
4. El político trata de ser eficiente. Procura una relación consistente entre la decisión de realizar un propósito plausible y los medios para alcanzarlo. Nunca se propone objetivos para los que no dispone de medios adecuados.
5. El buen político no teme innovar. Pero innova para recuperar o preservar lo esencial del modelo, los componentes y funciones que dan valor a las propiedades distintivas de su proyecto. Por eso no desprecia la experiencia.
6. El buen político es decidido. Frente al irresoluto y el pusilánime, demuestra carácter. Desafía la fatalidad con el "grams-ciano" optimismo de la voluntad. Sabe también que optar es a menudo un drama; que conlleva costes y pérdidas o tener que decir a los correligionarios: ¡basta ya! o ¡hasta aquí he llegado!
7. El político tenderá a ser prudente. Ejercerá en lo concreto, consciente de que aplicar criterios de justicia en lo particular no disuelve los conflictos, sino que a lo sumo los atenúa con arreglos a medias y logros con fecha de caducidad.
8. Un político no debe ser ni cruel ni cínico, pero sí astuto. Ante la malicia que asoma en las relaciones humanas, el político necesita cautela y sagacidad. Está obligado a domeñar la espontaneidad, demostrar cierto cálculo; a no dar un paso sin decidir previamente dónde quiere poner el pie. La astucia no implica faltar a la verdad, sino contarla cuando procede; no engañar, pero no ser engañado.
9. El político debe siempre responder ante alguien y de algo (de sus acciones y omisiones así como de sus consecuencias). Las responsabilidades se diluyen cuando no hay o están desactivados los mecanismos institucionales para exigir (y tener que dar) cuentas. Ocurre, entre otras razones, porque cierta organización del poder difumina al titular de la competencia (los nacionalistas, grandes beneficiarios de un Estado "borroso"), la mezcla de poder y buena conciencia tiende a exonerar de responder (el caso de los neocons y ciertos doctrinarios de izquierda) y la independencia e imparcialidad del tribunal de la opinión pública muestran un muy mejorable rendimiento.
10. Impelido a responder, el político debe explicarse; pero no con trucos publicitarios ni propaganda infantilizada y cargada de obviedades. Al contrario, ha de persuadir de modorazonable, es decir, con razones confesables y fundadas en valores, huyendo de ese sectarismo incapaz de ver en los argumentos del adversario ni una brizna de verdad ni la menor posibilidad de convencerle en algo.
Cultivando estas disposiciones el político no obtendrá necesariamente éxitos, pero sí al menos el reconocimiento de que sus logros han sido fruto de proyectos valiosos y acciones bien hechas.
Ramón Vargas-Machuca Ortega es catedrático de Filosofía Política. Fue diputado desde 1977 a 1993.
06 noviembre, 2008
Obama, el Palacio de Invierno y El País.
Hay momentos en los que algo inexplicable ocurre y el orden del universo se trastoca. La elección de Barack Hussein Obama como presidente de Estados Unidos es uno de esos momentos.
Obama no nació para ser presidente de Estados Unidos. Gente como Obama nunca ha sido presidente de Estados Unidos. Puede ser otras cosas. En un país diverso como éste, puede llegar a ser mucho, incluso secretario de Estado. Pero no presidente. Obama es negro. Es el hijo de un inmigrante africano y una sencilla mujer blanca de Kansas. Nunca ha pertenecido a la élite intelectual o política del país. No es miembro de una familia influyente ni rica. No es el protegido de nadie ni el tapado de nadie ni le debe su carrera al partido. Gente como Obama no es presidente de Estados Unidos. Gente como Obama puede llegar a ser una figura inspiradora del Tercer Mundo, una bonita lámina en la pared, todo lo más. Pero gente como Obama no llega a convertirse en el líder de la nación más poderosa del mundo cuando ya crece el siglo XXI. Obama ha trastocado el orden natural del universo.
Después de eso, la historia dirá. Pero todo parece ahora posible, más fácil. Se abren las puertas a un nuevo mundo.
La victoria de Obama es simbólica, por supuesto. Pero por lo que resulta tan trascendente no es por su simbolismo, sino porque es real. Ha ocurrido. El mundo ha asistido antes a sueños de cambio, a promesas de que algo nuevo esperaba a la vuelta de la esquina. Pero esta vez el sueño se ha consumado. Obama ha ganado ampliamente las elecciones -en 27 Estados, los más importantes del país, con seis puntos de ventaja sobre John McCain y con 186 votos electorales más que su rival, la más contundente victoria demócrata desde Lyndon Johnson-, y el próximo 20 de enero tomará posesión como nuevo presidente de EE UU. Ha ocurrido. Ya lo dijo él en una entrevista poco antes de anunciar su candidatura presidencial, en febrero del año pasado: "Yo no estoy en esto para ser un símbolo, estoy aquí para ganar".
Y su victoria fue recibida ayer como un hito descomunal por todo el panorama de la política norteamericana, desde George Bush, que le ofreció su total colaboración en la difícil tarea que tiene por delante, hasta el congresista John Lewis, viejo luchador por los derechos civiles y compañero de fatigas de Martin Luther King, quien, como miles y miles de su generación, sólo pudo insistir en que jamás pensó tener vida suficiente para asistir a un día como éste.
Estados Unidos se revalida como la patria de las oportunidades y establece, ante la mirada atónita del mundo, nuevas marcas todavía inimaginables en otras latitudes. El país que liberó a Europa del fascismo y envió a un hombre a la Luna, rompe ahora decididamente las barreras raciales y se convierte de nuevo en el modelo para tantas sociedades traumatizadas hoy por los movimientos migratorios y los choques culturales.
"Si hay alguien por ahí que todavía duda de que América es un lugar en el que todas las cosas son posibles, que todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores está vivo en nuestro tiempo, que todavía sospecha sobre el poder de nuestra democracia, esta noche tiene la respuesta", dijo Obama en la celebración de su victoria.
"Es una respuesta que han dado jóvenes y viejos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, asiáticos, nativos, gays, heterosexuales, discapacitados o no. Los norteamericanos envían un mensaje al mundo de que nunca hemos sido sólo una colección de individuos o una colección de Estados rojos y Estados azules. Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América".
¡Qué gigantesca ola de orgullo nacional se vive en este país! ¡Qué gran dimensión conceden los propios norteamericanos al paso que acaban de dar! El escritor y columnista Thomas Friedman, siempre una voz prudente, calificaba la elección de Obama como el final de la guerra civil que enfrentó a este país en el siglo XIX. Se podría hacer una larguísima lista de elogios de similares proporciones.
Una dosis de sano escepticismo obligaría a poner todo este entusiasmo en cuarentena y esperar a ver si tantas ilusiones no son después decepcionadas en el duro ejercicio del Gobierno. Eso sería lo recomendable tras cualquier elección convencional. Pero ésta no ha sido una elección convencional.
Aquí no se ha producido el relevo de un presidente por otro o el desalojo de un partido por otro que promete hacer las cosas mejor. Aquí se ha producido un cataclismo, la derrota de todo un establishment político que se rinde ante la energía casi revolucionaria de una nueva época. Esto es la toma del Palacio de Invierno en versión moderna y estadounidense, es decir, con Internet, en las urnas y con espíritu aglutinador.
John McCain fue en la noche del martes el primero en sumarse a ese espíritu. "Haré todo lo que esté en mi poder para ayudarle [a Obama] a hacer frente a los muchos desafíos que encaramos y convoco a todos los estadounidenses a que se unan a mí, no sólo para felicitarle, sino para ofrecer a nuestro próximo presidente todos nuestros esfuerzos para construir puentes y acabar con nuestras diferencias", dijo. Fue el primero también en confesar su admiración por el suceso "histórico" del que estaba siendo testigo.
En un país religioso como éste, muchos miraban al cielo buscando explicación. Aquí, en Washington, los jóvenes que llenaron las calles hasta la madrugada tenían una explicación mucho más al alcance de la mano, en la Casa Blanca. El efecto devastador de la Administración de George Bush y su política neoconservadora han sembrado el terreno para este sorprendente giro. La crisis económica y la guerra de Irak son otras razones. Pero ninguna de ellas hubiera bastado para un terremoto de estas proporciones si la decisión no hubiera estado en manos de un pueblo angustiosamente enfocado hacia el futuro.
Y ya está aquí ese futuro - "el cambio ha llegado a América", garantizó Obama-. Y será un futuro, prometió el presidente electo, construido con determinación y humildad, sin banderas partidistas, sobre los valores que todos los estadounidenses comparten y orientado, como la caída del muro de Berlín y el fin del apartheid, hacia el progreso de la humanidad.