Amalia Solórzano ha muerto. Quizás la noticia hoy pase desapercibida entre las hojas de los periódicos, pero esta mujer, viuda a su vez del Presidente de México entre 1934 y 1940:
Lázaro Cárdenas, ha hecho mucho por España y por los españoles, especialmente por muchos niños.
En esta hora estoy seguro que lamentaran su muerte muchos españoles y españolas que tuvieron que exiliarse en México, debido al golpe criminal de Franco, a la Guerra Civil y a la posterior dictadura. Y estoy seguro que los niños y niñas que fueron protegidos por esta mujer, hoy llorarán su muerte como lo hacemos muchas personas que no tuvimos el honor de conocerla.
Lázaro Cárdenas y Amalia Solórzano tienen un lugar de honor allá donde habite la dignidad humana.
Gracias a ellos, México acogió a miles de refugiados republicanos (y a sus familias) ofreciendoles una vida y un futuro, que su país, España, les negó. A través de aquella decisión también México se benefició de una generación de españoles, irrepetible, que sufrieron el desgarro de no poder vivir en su tierra. Pero España, por contra, perdió a unos españoles que nunca debió perder. Un drama.
Así, Amalia Solórzano, se entregó, como esposa del presidente Cárdenas, en labores humanitarias de apoyo a los niños y niñas refugiados, así como a sus padres. Fue fundadora del Comité de Ayuda a los Niños del Pueblo Español, y todavía hoy se recuerda con entrañable ternura su participación para que, el 7 de junio de 1937, los 456 niños de Morelia (entre otros muchos) fueran acogidos por el país hermano, que desde entonces, más que nunca, México, nos parece a muchos españoles.
España, a través de la Democracia, y gobernado Zapatero, reconoció su labor con la más alta distinción que reconoce el Estado español, la Gran Cruz de la Orden de Carlos III. Es más que una medalla. Es el reconocimiento de la dignidad humana en estado puro.
Descanse en Paz, Amalia Solórzano. Su vida mereció la pena y muchos la recordaremos.
En honor de Amalia, copio los últimos versos de un maravilloso poema (autentica debilidad), del gran
Luis Cernuda, exilidado en México y fallecido allí:
Es lástima que fuera mi tierra:
¿Qué herencia sino ésa recibimos?/ ¿Qué herencia sino ésa dejaremos?