23 noviembre, 2008

Europa y USA: con Obama un poco más cerca.

Hoy Público (cada vez mejor periódico, y más consolidado) nos ofrece la colaboración extraordinaria de un gran político (más allá de los disgustos que en su última época nos dio a los Socialistas).

Se trata de un buen artículo de Pasqual Maragall, en el que analiza la relación pasada, actual y futura, entre Europa y América/USA. El artículo está bastante bien (con los matices lógicos que a cada uno nos provoque) y por ello recomiendo su lectura.

Maragall, que por cierto lanza unos exquisitos, aunque no por ello menos crueles, "dardos" a políticos (Zapatero entre otros),  e incluso al mismísimo "rey de España", se explaya analizando la victoria de Obama y la influencia que ésta puede tener para Europa y América/USA. Ahí va:


Por primera vez en años, en muchos años, América y Europa están a la par. A la par en renta por cabeza y a la par en casi todo. Es cierto que Europa tiene más igualdad. Es decir: la disparidad de rentas es menor en Europa que en América. Los americanos, para ser ricos, han tenido que echar mano de muchos pobres, por decirlo así –hace menos de un siglo tenían aún esclavos, en su mayoría negros–.

Pero digámoslo todo: de poner orden, o desorden, en el mundo, se ocupan los americanos. Quizás las dos cosas tengan que ver. Dicho de otro modo, los europeos tienen más idiomas, más culturas, y Estados Unidos más armas. Los europeos, para ser en promedio ricos, no necesitan envilecer tanto los salarios como los americanos. Aquí hay más igualdad. Y, encima, hay más diversidad. Aquí no hay un solo idioma, o dos. Aquí hay un montón, aunque verdad es que todos acabamos hablando inglés, el latín moderno que todo el mundo más o menos conoce, excepto algunos políticos cercanos.

Yo soy europeo hasta el tuétano, entre otras cosas por razones derivadas de la diversidad de mis progenitores: ingleses, catalanes, valencianos, andaluces… Pero también por vocación propia y por formación. A los 17 años ya corría por París. A los 24, al día de casarme, me fui con Diana, mi esposa, alumna del Liceo Francés, a vivir seis meses en París. Volvimos acá, tuvimos dos hijas y al poco nos fuimos a pasar dos años en Nueva York.

Lo digo para poner en contexto mi experiencia americana. Cada uno tiene la suya, si la tiene… y todos la tenemos, aunque sólo sea por las películas que nos hemos tragado.

Mi experiencia particular es la siguiente: en Nueva York estudiábamos en la New School, fundada por los alemanes que habían huido del nazismo, muchos de ellos, posiblemente, judíos: Heilbronner, Hymer, etc. Marcuse y Shönberg, que, por cierto, vivió en Barcelona hasta la llegada de Franco, pasaban frío en Nueva York y se fueron a California…
Bromas aparte, nosotros pasamos mucho frío en invierno y bastante calor en verano, pero, en todo caso, después de unos inicios durillos, nos acabamos enamorando de la ciudad. Dicho sea en beneficio o perjuicio de la ecuanimidad de los comentarios que puedan leerme sobre América.

Habría que añadir que Norteamérica no tan solo Nueva York, sino que, en cierto sentido, Nueva York es la antítesis de EEUU y de América en general. Se trata de la única ciudad, o casi, con densidades europeas.

Mi tesis doctoral, sobre los precios del suelo, se basó en el contraste entre América y Europa en este sentido: Europa es densa en habitantes y estrecha en territorio, y América, proporcionalmente, todo lo contrario. Los europeos iban a América, del Norte y del Sur, en busca de metales preciosos, pero lo que encontraron, sobre todo, fue espacio.

“Going West” fue la consigna de los europeos que cruzaban el charco con la esperanza de encontrar espacio y metales preciosos. Chaplin se apiñaba junto a cientos de emigrantes británicos e irlandeses en el barco que le condujo a Nueva York, donde, en películas como The Kid (El Niño), pintaba vívidamente las aventuras y desventuras de esas gentes. América era, para ellos, Eldorado. Como para los españoles lo fue América Latina, donde, en efecto, los metales preciosos abundaban más que en el Norte. Quizás por ello, el Norte es hoy más rico. Porque había que trabajar, espabilarse, inventar y acertar para salir adelante. Los hispanos buscaban oro. Y encontraron resistencia y civilizaciones enormemente más complejas que las del norte. Los españoles, en parte, fueron seducidos por los indígenas, a quienes sin duda maltrataron y en ocasiones exterminaron. Pero aprendieron mil cosas de ellos. Y aprehendieron otras mil. La Malinche, dicen, se las arregló para traducir el idioma nativo a Cortés, pero Cortés se llevó a Europa el oro que enriqueció a España, primero, y que acababa después en manos de los piratas ingleses. Isabel I ennoblecía inmediatamente a esos piratas: Francis Drake llegó a ser Sir Francis gracias al oro que pirateó a los españoles en el Golfo de Vizcaya. Keynes –que ahora vuelve a estar de moda– lo explicó muy clarito en un artículo titulado The Spanish Booty. “Se es conquistador cuando no se puede ser pirata” era la frase de moda en la Inglaterra isabelina.

Con todos estos antecedentes, se entenderá que nos emocionara oír a los gobernantes españoles tratando de obtener una silla en el G-20, el grupo de los países más poderosos del mundo, no el G-7, que son los que tradicionalmente han mandado: ¡el G-20! Menos mal que Sarkozy nos ayudó. Aunque se comprende que esas cumbres en las que, en el descanso, cuando se habla informalmente (y por tanto en serio) entre líderes, de tú a tú, el que no sabe un mínimo de inglés lo pasa mal.
Volviendo al principio: Europa y América están condenadas a entenderse, si bien, en reuniones como mínimo a 6 o 7, con Rusia, China, Mercosur etc.

España hará bien en tratar de hacer humildemente los deberes, empezar por abajo, sin arrogancia, olvidando un pasado imperial que no encanta a nadie, trabando alianzas serias, sin paternalismo, con los países iberoamericanos, escuchándoles en vez de hacerles callar, aliándose con sus figuras más respetadas, con los sucesores de Allende, con los dirigentes de Uruguay, Brasil y Argentina, con el mundo cultural iberoamericano que tanto nos ha dado, de García Márquez a Vargas Llosa; rescatando y respetando la figura del Libertador venezolano, Simón Bolivar, que tiene una efigie caminante en Barcelona, junto al mar. Si no por otra cosa, por la amabilidad y el cariño con que estos países acogieron a nuestros exilados cuando el franquismo los alejó de España: cuando Jiménez de Asúa, los Trias, los Pi Sunyer, Anselmo Carretero y los federalistas leoneses, y miles de gallegos, cuando Bergamín y Soria, Bosch Gimpera y tantos otros, llegaron, esta vez no conquistadores ni vencedores, sino vencidos, a las costas americanas.

Parece que América y Europa, en la era de Obama, van a poder reencontrarse. Los 200.000 europeos que aclamaron a Obama en Berlín eran algo más que un presagio. Eran el inicio de un re encuentro en el que no podemos faltar.

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